Esa Bolivia persistente

No es inusual, aunque evidentemente se acentúa en periodos de crisis, escuchar que Bolivia es un país “inventado”, “inviable” o proclive a ser un Estado “fallido”. Son conceptos íntimamente relacionados con la falta de autoestima que, por diversos motivos, hemos desarrollado a lo largo de nuestra historia republicana. Salen de esa corriente histórica de pensamiento que Arguedas expresó, en su momento culminante, con su Pueblo enfermo y fueron alimentadas por esta otra, tan bien expresada en la obra La dramática insurgencia de Bolivia, del mediocre Charles Arnade (pésimo historiador, buen publicista), en la que se sostenía que el país es una suerte de producto emergente de la acción de un grupo de oportunistas y traidores: “los doctorcitos de Charcas”.
Jaime Mendoza realizó una de las más importantes justificaciones respecto a la “coherencia” de la nacionalidad boliviana, desarrollando su fundamento geofísico a través de sus textos El factor geográfico en la nacionalidad boliviana de 1925 y El macizo boliviano de 1935. Al destacado intelectual (novelista, poeta, ensayista), le interesaba combatir la tesis del español Carlos Badía Malagrida, que hablaba de una supuesta falta de homogeneidad en la conformación geográfica de Bolivia, calificándola de conglomerado; es decir, de un “conjunto forzado de territorios inconexos”.
Mendoza remarca, en primer lugar, que la conformación del país es similar a la de por lo menos otras tres naciones atravesadas por la cordillera de los andes (Colombia, Ecuador y Perú) y luego ahonda en un detallado análisis de la forma en que el factor geográfico boliviano se concatena en una lógica de unidad complementaria. Es decir, que uno de los principales fundamentos de nuestra identidad se encuentra justamente en su conformación física.
La tesis de Mendoza señala que Bolivia es una “admirable síntesis de factores físicos que hacen de su territorio un terreno apropiado para constituir una gran nación” y que las “tierras (diversas) no rompen dicha unidad, y sí, más bien, la afirman y consolidan”. A través de su análisis geopolítico, Mendoza da valor a dos de los aspectos centrales en la conformación del país: la diversidad y la complementariedad.
Pero es José Luis Roca, en su monumental trabajo Ni con Lima ni con Buenos Aires, el que, complementando la tesis de Mendoza, analiza su desarrolló histórico. La creación de la Audiencia de Charcas ya implicó la vocación independista (y por tanto unitaria) de la región. La Audiencia asumió funciones de gobierno y, a lo largo de la historia colonial, desarrolló diversas tensiones con los virreinatos del norte y del sur, que trataban de controlar su territorio. La Independencia de Bolivia no fue más que la culminación de ese proceso, en el que, a partir de la conformación del eje Potosí–Chuquisaca, se fue estructurando nuestra identidad.
Los años precedentes han implicado una importante discusión sobre el carácter nacional o plurinacional del país. Es un debate en principio positivo, porque nos da la oportunidad de conocernos más, de debatir sobre las raíces de nuestra “forma de ser” y de los limites e interrelaciones que constituyen el marco de expresión de las diversas formas culturales e idiosincrasias existentes en el marco de nuestra “nacionalidad”. El problema se suscita cuando esas formas y diferencias comienzan a ser utilizadas en la disputa política fácil, superficial, del día a día.
La larga campaña electoral vivida en los meses precedentes lamentablemente ha sido desarrollada con esas herramientas simplificadoras y fragmentarias de la realidad, las redes sociales. En ellas se exacerban algunos de los peores rasgos que tienen que ver con nuestra baja autoestima: el racismo, el identitarismo demagógico, la simplificación de la realidad, etcétera.
Acaba un ciclo histórico, uno más en los que periódicamente, con luces y sombras, se da ese proceso de autodescubrimiento y construcción que, con diversas orientaciones ideológicas, ha ido motorizando el proceso de “reconocimiento” y construcción de la nacionalidad.
Comienza un nuevo ciclo. Por tanto, una pregunta pertinente en este momento es: ¿cómo lograr que la reflexión sobre nuestro destino nacional salga de los márgenes miserables a los que parece querer someterla la pugna política? ¿Cómo hacer para que esa Bolivia persistente, a la que todos pertenecemos, encuentre su destino más allá de la demagogia y el oportunismo coyuntural? ¿Cómo superar el pesimismo al que obstinadamente nos quiere someter la mediocridad de la política partidista boliviana?/Brújula Digital




